No me olvides

Hace poco he descubierto dos blogs de dos ilustradoras maravillosas. Me han encantado sus ilustraciones… y sus textos…. Tanto y en especial uno, “No me olvides” de Cecilia, con un “final feliz” de Aitana, que no he podido por menos de ilustrarlo! Espero que os guste!
A Maria nadie la entendía. Que cómo podía ser que se escondiera detrás de las “no me olvides” para espiarlo. Que iba como fantasma cruzando las avenidas, con una ventana colgada a sus espaldas. Y la colocaba donde quiera que él iba y desde ahí lo espiaba. Todo el mundo se daba cuenta, cuchicheaban, se codeaban al verla pasar, esta loca decían, pobre María, pero Maria no tenia ojos ni vergüenza para otra cosa que no fuese espiarlo a él.
En días de lluvia, casi siempre cuando él se alejaba de la ciudad, los vidrios se empañaban y entonces llevaba consigo unos trapitos blancos de algodón y los limpiaba. A veces, dejaba que el agua siguiera su curso, y contaba cuántas gotitas de ausencia habían caído esa tarde.
Compraba cortinas nuevas para cuando él regresara y les ataba moñitos rojos para la ocasión. Siempre iba con prisa a comprar limpiadores, pulidores y telas nuevas para su ventana. Pero el tiempo siempre deja huella en las ventanas y la suya ya estaba comenzando a desvencijarse de tanto traslado, de tanto ir y venir.
Fue a la tienda y allí el vendedor de ventanas le mostró el catálogo de últimas novedades, y Maria no podía decidirse. ¡Había tantas! Ventanas de aluminio, de hierro antiguo forjado, con marco de madera, de vidrio resistente, corredizas… Una cantidad interminable. Esto le provocó tanta angustia que salió espantada del local y dejó al vendedor a mitad de la presentación del último modelo de ventana plegadiza (ese, le hubiese venido bien).
Tanta fue la confusión y el apresuramiento que Maria ni siquiera se dio cuenta de que había olvidado su ventana en el probador. Y ya estaba cruzando la avenida de regreso a la tienda, cuando lo vió, cerca del puesto de flores, llevaba de la mano un ramito de no me olvides y a otra mujer.
© Cecilia Varela

vaya... pobre maría... lo que ella no sabe es que, por costumbre, casi por inercia, siguió cargando la ventana sobre sus espaldas... y un día, sin querer, la ventana se abrió, cedió sobre sí misma, y ella pasó a través de ella, primero la cabeza, y luego el resto del cuerpo. Se quedó de pie en un acera, dentro del marco de su propia desdicha, nunca antes se le había ocurrido cruzarla, como una alicia a través de su espejo. Y cuando se libró de su rectángulo, su cárcel particular, cuando sacó primero un pie, y luego otro, se encontró en un lugar nuevo, maravilloso, donde el sol brillaba de nuevo y donde no le fue necesario, nunca más, esconderse tras los arbustos ni entristecerse por nadie.
© Aitana